Homilía de Hoy La Homilía de Hoy es un momento privilegiado dentro de la celebración eucarística. No se trata solo de una explicación del Evangelio, sino de una proclamación viva del amor de Dios, que nos interpela, nos anima y nos transforma. A través de ella, la Iglesia continúa anunciando el Reino de Dios en medio del mundo. El sacerdote, como servidor de la Palabra, tiene la misión de hacer cercana y comprensible la enseñanza de Cristo, ayudando a los fieles a aplicar el Evangelio del día en su vida concreta.
Evangelio del día
La Homilía nace del Evangelio del día, que es proclamado en la liturgia y que contiene la voz misma de Jesús. Cada texto evangélico ilumina una dimensión distinta de nuestra fe: el perdón, la misericordia, la justicia, el amor al prójimo, la fidelidad, entre otros. La homilía nos ayuda a escuchar con el corazón, y a entender cómo esa Palabra tiene poder para renovar nuestras vidas aquí y ahora.
Mensaje de fe para todos
El mensaje de fe contenido en la homilía no está dirigido solo a unos pocos, sino a toda la comunidad. Se adapta a la realidad de cada uno: jóvenes, familias, ancianos, enfermos, trabajadores… El Señor habla a todos con palabras de vida eterna.
Jesús, el centro de la predicación
Toda homilía auténtica tiene a Jesús como centro. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. El sacerdote no anuncia ideas personales, sino que transmite el mensaje de Cristo con fidelidad y amor, ayudando a la comunidad a crecer en comunión con Él.
Iglesia y vida cristiana
La homilía fortalece la vida cristiana y alimenta el caminar de la Iglesia. Nos recuerda nuestro llamado a la santidad, al compromiso con los pobres, al servicio y a la construcción del Reino de Dios en el día a día.
Oración y compromiso
Una homilía bien vivida nos lleva a la oración y al compromiso concreto. No solo escuchamos, sino que respondemos. Es una invitación a transformar la Palabra en acción, y a ser testigos del Evangelio en medio del mundo.
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “Todo aquel que me da el Padre viene hacia mí; y al que viene a mí yo no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió.
Y la voluntad del que me envió es que yo no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite en el último día. La voluntad de mi Padre consiste en que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día’’.